Ilici había sido erigida,
en tiempo inmemorial, sobre un pequeño islote entre el río Alebus, que a esa
altura había ensanchado su cauce en la llanura, haciéndolo ancho y un tanto
pantanoso, y las aguas, también pausadas, de un arroyo que le llegaba del
noreste. Era una ciudad grande y bien organizada. Una muralla de dos mil pasos
de largo y nueve codos de alta, la cerraba en todo su ovalado contorno. La
calle principal, que discurría de norte a sur entre las dos puertas
de la ciudad, bullía de actividad. Su situación estratégica, en el inicio de la ruta de comunicación
desde la costa hacia el interior de
Iberia, a través del cauce del río Alebus, había favorecido su desarrollo
demográfico y económico y determinado una influencia cultural y política sobre
el resto de Contestania…
….Andergo quedó asombrado
cuando la vio. Idoia tendría un año menos que él, entre catorce y quince. La
conocía de tiempo por ser amiga de Belenna,
pero su transformación le resultó sorprendente. Había sido una niña delgada, de
ojos oscuros y grandes, que parecían querer salirse de su cara famélica y
huesuda. Ahora se había convertido en una belleza atrayente. Su cara era
armoniosamente alargada y almendrada; un pequeño y gracioso mentón,
discretamente sobresaliente, atraía la atención, y sobre él un pequeño declive
acentuaba los labios, que daban a su boca una expresión de espontánea alegría.
La nariz dividía recta su rostro en dos simétricas mitades de mejillas sonrosadas, y los grandes
ojos negros, cautivaban la mirada de cualquiera en un inevitable hechizo de
admiración…
…Comieron, celebrando como
fiesta aquella reunión familiar. Las mujeres compartiendo la buena nueva, de la
preñez de Ilirtia, y celebrando la nueva vida que venía a la familia para ir
supliendo las viejas, renovando la vitalidad
de los ancestros. Urkatin y su suegro
salieron al patio para hablar de las cosas que les surgían de manera espontánea
en la conversación. Andergo desapareció con Belenna, compartiendo una
silenciosa y compartida confidencia…
…Pasado el mediodía , un
bullicio extraordinario les llegó desde la calle por encima de los muros
llamándoles la atención. Al instante un vecino empujaba con brusquedad el
portalón y entraba alterado.
-¡Barcos de guerra! –gritó- ¡Decenas!
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