Para comprender el interés de Amílcar en conquistar la Península Ibérica, debemos remontarnos al s VI a. C.
En aquel tiempo el Mediterráneo estaba controlado comercialmente por dos pueblos: el helénico, cuya ciudad de mayor relevancia comercial en la época era Foceo; y por los fenicios, entre los que destacaba Tiro. Ambos pueblos se disputaban el comercio de los territorios costeros del Mediterráneo, controlando los griegos el norte y los fenicios el sur de sus costas. En ellos habían creado colonias, como bases de avituallamiento, descanso e intercambio comercial con los nativos.
En el extremo más occidental de ese mar, donde las columnas
de Hércules marcaban el fin del mundo y el comienzo del inmenso océano misterioso, existía una rica ciudad llamada Tartesos, con
importante relación comercial con los helenos. Los fenicios, no queriendo
perder frente a sus rivales el control del estrecho, que daba acceso al
comercio con Bretaña, fundaron en el mismo una colonia, que llamaron Gádir.
Como alivio a las
grandes distancias entre ambos extremos del Mediterráneo, y como base logística
de su flota, los fenicios fundaron un asentamiento que llamaron Cartago, y que por su situación estratégica pronto fue adquiriendo importancia como urbe.
En esa época,
todavía Roma no tenía protagonismo político ni militar, y en la península
Itálica, el pueblo preponderante eran los etruscos de Etruria, que por no
perder influencia en la zona fundaron una colonia en Córcega , que llamaron
Alalia.