La importancia de este acontecimiento en el devenir de la historia que desarrolla la novela "Un imperio para Aníbal", es fundamental, pues determinará un cambio de estrategia en la política de dominio tereritorial de Cartago, que acabará en el contexto geográfico donde se ubica la historia.
En el siglo III a. C., Roma había ido adquiriendo cada vez más
protagonismo en la península itálica,
hasta controlarla en su totalidad. Su dominio territorial le había convertido
en una potencia militar en la cuenca del Mediterráneo, pero su supremacía era exclusivamente
terrestre. El mar seguía siendo controlado por Cartago, con
dominios insulares frente a sus costas.
Sicilia era compartida por cartagineses y descendientes de colonizadores
griegos, que habían creado un pequeño estado-ciudad, Siracusa, gobernada en
aquel tiempo por Hierón II. En esta isla
se habían asentado también un grupo de mercenarios de la Campania, en la ciudad
de Mesina, después de masacrar a su población, pero respetando a las mujeres
para sus intereses. Siracusa les amenazó
y solicitó colaboración a los cartagineses, mientras que los mercenarios lo hicieron a Roma, que encontró en
ello una ocasión para expandirse fuera de su territorio peninsular y envió dos legiones a Mesina (264 a.C.). Siracusa pronto cedió a la
presión romana y firmó un tratado de paz con ellos. Cartago vio peligrar su influencia y dominio en Sicilia con la llegada de los romanos a la isla, por lo que decidió intervenir en ayuda de las ciudades que
todavía le eran leales.
Estos acontecimientos
dieron lugar al inicio de la primera de las guerras púnicas, entre púnicos (cartagineses) y romanos, que se desarrolló
en el entorno de la isla de Sicilia. Al comienzo del conflicto, mientras en
tierra las victorias iban siendo para Roma, la armada de Cartago infringió
varias derrotas a la inexperta flota romana, dificultando el avituallamiento
del ejército romano y acosándolo con incursiones desde el mar. Pero, con el
tiempo, éstos fueron adquiriendo experiencia en el combate naval, mientras los
cartagineses no conseguían frenar el avance de los romanos por la isla, llegando aquellos
a controlar la mayoría de las ciudades.
En esta situación, Cartago envió al general Amílcar Barca para que se pusiera al frente de su ejército, y éste consiguió, mediante una guerra de guerrillas, detener a los romanos en
sus conquistas. Pero nuevas derrotas navales de la flota cartaginesa obligó a
Cartago a firmar la paz a cambio de abandonar Sicilia, perdiendo el control también sobre Córcega y Cerdeña.